sábado, 11 de julio de 2009

Que siempre tengas un Angel


Que siempre tengas un Ángel a tu lado velando por ti en todo lo que hagas, recordándote que debes seguir creyendo en días más luminosos encontrando la forma para que tus deseos y tus sueños, te lleven a lugares mas bellos.
Dándote esperanza, que es mas confiable que el sol, otorgándote la fuerza de la serenidad como guía.
Que siempre tengas un Ángel a tu lado, alguien que te sostenga si te caes estimulando tus sueños, inspirándote felicidad, tomándote de la mano y ayudándote a superar las dificultades. Todos los días nuestras vidas se encuentran en permanente cambio, las lágrimas aparecen tanto como las sonrisas.
A lo largo de los caminos recorridos, que la distancia sea más placentera que solitaria.
Que recibas dones que nunca terminen, alguien maravilloso a quien amar y un amigo del alma en quien confiar.
Que siempre aparezca el arco iris después de la tormenta y que siempre te abrigue la esperanza.
Ojalá siempre tengas amor, consuelo, aliento y que siempre haya ... un Ángel a tu lado!


Douglas Pagel

El Anam cara


La tradición celta posee una hermosa concepción del amor y la amistad. Una de sus ideas fascinantes es la del amor del alma, que en gaélico antiguo es anam cara, «Anam» signi­fica «alma» en gaélico, y «cara» es «amistad». De manera que «anam-cara» en el mundo celta es el «amigo espiritual». En la iglesia celta primitiva se llamaba anam cara a un maestro, compañero o guía espiritual. Al principio era un confesor» a quien uno revelaba lo más íntimo y oculto de su vida. Al anam cara se le podía revelar el yo interior, la mente y el co­razón. Esta amistad era un acto de reconocimiento y arrai­go. Cuando uno tenía un anam cara, esa amistad trascen­día las convenciones, la moral y las categorías. Uno estaba unido de manera antigua y eterna con el amigo espiritual. Esta concepción celta no imponía al alma limitaciones de espacio ni tiempo. El alma no conoce jaulas. Es una luz divina que penetra en ti y en tu otro. Este nexo despertaba y fomenta­ba una camaradería profunda y especial. Juan Casiano dice en sus Colaciones que este vínculo entre amigos es indisolu­ble: «Esto, digo, es lo que no puede romper ningún azar, lo que no puede cortar ni destruir ninguna porción de tiem­po o de espacio; ni siquiera la muerte puede dividirlo».
En la vida todos tienen necesidad de un anam cara, un «amigo espiritual». En este amor eres comprendido tal como eres, sin máscaras ni pretensiones. El amor permite que nazca la comprensión, y ésta es un tesoro invalorable. Allí donde te comprenden está tu casa. La comprensión nutre la pertenencia y el arraigo. Sentirte comprendido es sentirte libre para proyectar tu yo sobre la confianza y protección del alma del otro. Pablo Neruda describe este reco­nocimiento en un bello verso: «Eres como nadie porque te amo». Este arte del amor revela la identidad especial y sa­grada de la otra persona. El amor es la única luz que puede leer realmente la firma secreta de la individualidad y el alma del otro. En el mundo original, sólo el amor es sabio, sólo él puede descifrar la identidad y el destino.
El anam cara es un don de Dios. La amistad es la natu­raleza de Dios. La idea cristiana de Dios como Trinidad es la más sublime expresión de la alteridad y la intimidad, un intercambio eterno de amistad. Esta perspectiva pone al descubierto el bello cumplimiento del anhelo de inmorta­lidad que palpitaba en las palabras de Jesús: «Os llamo amigos». Jesús, como hijo de Dios, es el primer Otro del universo; es el prisma de toda diferencia. Es el anam cara se­creto de todos los individuos. Con su amistad penetramos en la tierna belleza y en los afectos de la Trinidad. Al abra­zar esta amistad eterna nos atrevemos a ser libres. En toda la espiritualidad celta hay un hermoso motivo trinitario. Esta breve invocación lo refleja:
Los Tres Sacrosantos mi fortaleza son, que vengan y rodeen mi casa y mi fogón.
Por consiguiente, el amor no es sentimental. Por el contrario, es la forma más real y creativa de la presencia humana. El amor es el umbral donde lo divino y la presen­cia humana fluyen y refluyen hacia el otro.